2016/11/07

Inseguridad y fragmentación del pueblo. La fractura social

El desarrollo de diferentes modalidades delictivas hoy va constituyendo un pequeño modo de producción que permanentemente rompe lazos sociales y solidaridades, afectando principalmente a los sectores populares.

Por Osvaldo Drozd*

En una nota publicada con anterioridad en La Tecl@ Eñe quien escribe reseñaba de qué forma la inseguridad se fue transformando en uno de los flancos débiles de los gobiernos kirchneristas (2003- 2015). No tanto por no poder impedirla de manera eficaz, sino principalmente por minimizarla y permitir que los grandes medios corporativos se la endilguen permanentemente y las diversas expresiones de la oposición política se permitieran aparecer como los paladines de cómo resolverla. Los que más conocen sobre el tema siempre supieron que los planteos de las derechas lejos de poder dar atisbos de resolución a esta problemática son por lo contrario capaces de naturalizarla a pesar de la demagogia punitiva. El gobierno de Mauricio Macri en casi un año de gestión lejos de  haber propuesto soluciones, hizo que el problema se agrande aunque ya los medios no responsabilicen directamente a la gestión. Hoy la inseguridad es mayor pero el problema es de los delincuentes parecieran decir los diferentes medios.

Pareciera que para la agenda del progresismo o de las izquierdas hablar sobre la inseguridad es incurrir en un pecado capital. La inseguridad es culpa de la pobreza y condenarla es estigmatizar a los que menos tienen se escucha decir. Eso lleva a pensar que las bandas delictivas son el producto espontáneo del surgimiento de la pobreza. Lo que se piensa habitualmente es que los pibes de las villas se juntan en una esquina para drogarse y luego salen a robar. Se cree así que el delito es producto de una espontaneidad perversa que hoy habita nuestra sociedad, mientras que nadie es capaz de advertir que para el desarrollo de la criminalidad debe existir organización, y que en ésta están implicados muchos que nada tienen que ver ni con la pobreza ni con la villa. En todo caso son actores que usufructúan e instrumentalizan a sectores juveniles vulnerables.

El problema de la seguridad en verdad atañe a una realidad social, a una configuración del tejido social sobre la cual es posible llevar adelante desde arriba políticas de ajuste o por el contrario se constituye en un obstáculo para profundizar políticas inclusivas.

El desarrollo de diferentes modalidades delictivas hoy va constituyendo un pequeño modo de producción que permanentemente rompe lazos sociales y solidaridades, afectando principalmente a los sectores populares. En muy raras ocasiones el delito afecta a los miembros de las clases más poderosas, y no pocas veces -cuando eso sucede- se trata de ajustes de cuenta o mensajes mafiosos.

Allá por los últimos años de la década del ’90, cuando comenzaron a conformarse los diferentes movimientos de desocupados, un experimentado militante territorial de Ensenada le explicaba a quien escribe que, no pocas veces cuando había interesados en que los trabajos barriales se rompan, lo que hacían era introducir droga. Eso era un elemento que atomizaba cualquier iniciativa social, un potente desmovilizador. A su vez comentaba que en los barrios en los que había mucha pobreza desde el mismo activismo intentaban controlar y neutralizar a los delincuentes conocidos, porque eso jugaba en contra de la militancia y del laburo barrial. Tampoco descartaban hacer reuniones con todos los vecinos en la sociedad de fomento e invitar al comisario para advertirle que no estaban dispuestos a permitir una zona liberada. La tarea de un movimiento social en una barriada también es cuidar los intereses del almacenero, de los pequeños comerciantes y de todos aquellos que trabajando mejoran sus pertenencias familiares. Suponer que en un barrio precario la mayoría se droga, roba o se prostituye es la visión que nos quieren imponer desde las principales usinas del Establishment. Por eso el trabajo sistemático que hicieron las organizaciones piqueteras en el territorio es algo que no debe dejar de resaltarse, y principalmente porque lo hicieron a partir de un sedimento socio cultural ya existente. La existencia de redes delictivas en un territorio determinado flaco favor le hace a los movimientos sociales, le entorpecen su actividad e incluso sirven de excusa para estigmatizarlos y reprimirlos.

Existe hoy una caracterización muy precaria de las clases sociales existentes que dificulta ostensiblemente  el diagnóstico y por ende la labor política misma. Se habla demasiado de la “clase media” haciendo de ella un componente negativo y retrógrado que obstaculiza la labor militante y por otro lado se la enfrenta a los sectores más empobrecidos de la sociedad. La problemática de la seguridad pareciera girar imaginariamente en relación a esa contradicción. Los sectores integrantes de la denominada clase media no dejan de ser en su gran mayoría sectores populares proclives de ser ganados para el cambio social. Los trabajadores que tienen un empleo en blanco y gozan de un sindicato, los profesionales -muchos de ellos proletarizados-, y todo lo que otrora se denominaba pequeño burguesía son la clase media. Obviamente que en ella hay sectores reaccionarios de igual modo que entre los más pobres hay sectores lumpenizados. El gobierno de Cambiemos si bien se puede apoyar en esos sectores, su componente de clase es bien definida: son esos sectores tradicionales del poder terrateniente y financiero, los socios civiles de la dictadura. Construir un bloque de fuerzas que se plantee una alternativa de liberación nacional y social implica unir a la mayoría de los sectores populares para enfrentar a esa fracción dominante socia del Imperio.

La Inseguridad es un elemento que poco aporta a la unidad popular, la fractura, la corroe. Enfrenta a sectores populares entre sí, genera desconfianzas muy marcadas, prejuicios biopolíticos y rompe todas las cadenas de solidaridad. Invita a encerrarse en el propio hogar y alejarse de cualquier actividad colectiva. En términos maoístas la inseguridad exacerba las contradicciones en el seno del pueblo. En tal sentido la existencia de ese pequeño modo de producción delictivo amenaza la existencia de las organizaciones sociales y políticas y por ende favorece a los que ostentan el poder. Obviamente que no es sólo un problema argentino, es parte integrante de un capitalismo en descomposición que decidió acumular riquezas más allá de la plusvalía. Las fracciones más ricas y poderosas del planeta hoy no viven solamente de la explotación de los obreros, además acumulan con las economías sumergidas (trata, narcotráfico, esclavización, etc.) desarrollan guerras, promueven violencia, saquean riquezas naturales entre muchas otras acciones. El desarrollo del crimen organizado no puede ser ajeno a esa marea rapaz, es completamente compatible y funcional.

Hoy una alternativa progresista o de izquierda debe plantear seriamente el problema de la inseguridad. Porque es un tema sentido por gran parte de la población y que puede convertirse en un campo propicio para la lucha ideológica de los sectores populares contra el sentido común imperante. La existencia de inseguridad le permite a los sectores dominantes tener mucho más controlado el escenario social y cualquier atisbo de conflictividad. No resulta novedoso ver la eficacia de las fuerzas de seguridad en la lucha antidisturbios y la ineficacia para combatir el delito. Siempre se dirá que ganan poco que no están bien equipados pero dando palos a los manifestantes o disparando balas de goma eso no se percibe.

Por otra parte hay que señalar que desde hace algunos años se viene produciendo en diferentes partes del mundo, una radicalización creciente de sectores medios de la sociedad hacia posturas fascistas. Si bien el epicentro de este fenómeno se da en Europa y los Estados Unidos como reacción a la llegada de inmigrantes, esto no es ajeno a lo que mayoritariamente piensa gran porcentaje de los sectores medios argentinos con respecto a la llegada de bolivianos, paraguayos y otros pueblos suramericanos. Espontáneamente se piensa que vienen a robar o a traficar drogas, cuando se puede comprobar fehacientemente que vienen a trabajar de forma mucho más dura que nosotros mismos. En diciembre de 2010 cuando la toma del Parque Indoamericano el por entonces jefe de gobierno porteño Mauricio Macri dijo por todos los medios que la violencia era a causa de la “Inmigración descontrolada”. Ese sedimento ideológico está muy presente en las capas medias al igual que un cierto racismo con respecto a los habitantes de los barrios precarios. La frase del ministro de Educación Esteban Bullrich “Esta es la nueva Campaña del Desierto, pero sin espadas con educación” resultó bastante sugestiva. ¿Quiénes son los indios a conquistar? es la pregunta que uno se tendría que hacer.

La inseguridad como pequeño modo de producir corroe el tejido social y lo predetermina para que se lleven adelante políticas de ajuste. Sobre esa base objetiva intentar establecer políticas inclusivas o progresistas tiene un límite determinado, es el que no permite unificar al conjunto de los sectores populares para enfrentar a su verdadero enemigo. “Piquetes y cacerolas…” representó un momento muy especial, ya demasiado lejano. Lo que hay que entender es que el surgimiento del odio al diferente es producido por la suposición de que ese otro representa una amenaza. Ese odio se produce en una muy marcada escisión subjetiva. El que piensa que los bolivianos son narcotraficantes y que debieran ser deportados a su país, también va a la verdulería y se complace en ser atendido por comerciantes que lo tratan mejor que sus propios connacionales.

Unir a los diferentes sectores populares no es tarea fácil, mucho menos hoy, pero de ello depende que el futuro no sea de barbarie. Que lo sea indudablemente no es un problema para las clases poderosas. El sistema hoy no combate a la violencia, la regula para sus propios fines. 

Berisso- 1 de noviembre de 2016

*Periodista


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