Las
conversaciones por la Paz en Colombia iniciadas por el presidente Santos y la
guerrilla de las Farc a finales de 2012 en La
Habana representaron siempre una muy buena noticia para la región. El
conflicto armado que data de más de 50 años siempre le fue útil al Imperio para
inmiscuirse en temas soberanos y sabotear cualquier intento
emancipatorio. Hoy ante el viraje hacia la derecha que se está produciendo
en el continente el triunfo del No colombiano le resulta a los sectores
dominantes un dato invalorable.
Por
Osvaldo Drozd
(para
La Tecl@ Eñe)
El
triunfo del No en el plebiscito realizado el domingo en Colombia acerca de la
convalidación o el rechazo de los acuerdos de Paz firmados por el gobierno de
Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC en La Habana, cuenta con diversas
aristas por las que se lo pudiera abordar analíticamente. La legitimidad de un
acto eleccionario en el que el ausentismo fue de más del 62 % de los
posibles sufragantes y que la opción ganadora lo hiciera por escaso margen, es
un punto que no debiera descuidarse. El retorno de la figura del ex presidente
Álvaro Uribe Vélez como figura emblemática de la derecha más retrógrada no sólo
en Colombia sino en toda la región, tampoco es un dato a menospreciar. Mucho
menos teniendo en cuenta el viraje hacia la derecha que se está produciendo en
el continente ya sea por triunfos electorales o por movimientos destituyentes
de gran envergadura en los que prevalecen como principales actores los grandes
medios concentrados y las corporaciones judiciales. Convengamos de antemano que
el signo político del presidente Santos no se caracteriza precisamente por ser
el del progresismo y que su alineamiento principal es en la Alianza del
Pacífico. Sin embargo, Santos siempre fue proclive a respetar la integración
regional y valorar el juego que pueden producir bloques como son la Unasur o la
Celac. A partir de asumir su primera presidencia en 2010 restableció relaciones
diplomáticas primero con Venezuela y después con Ecuador que estaban seriamente
alteradas por el gobierno de Uribe.
Un
conflicto armado de larga data
Desde
el surgimiento de la insurgencia colombiana en 1964 –principalmente como
organismos de autodefensa campesina- se puede observar un despliegue en el
tiempo y el espacio de un conflicto en permanencia que se iría complejizando al
incorporar a múltiples actores y que en diferentes coyunturas aunque intentase
resolverse siempre sería por andariveles unilaterales, mientras los restantes
bregarían por su prosecución. Con el plebiscito del pasado domingo eso queda a
las claras. Hay un sector propio del conflicto que se niega a que el mismo
acabe. Y lo más interesante de todo esto es que la prosecución o no de este
largo proceso de enfrentamientos, si bien favorece a un sector dominante del
país neogranadino, también afecta a la región en su conjunto en cuanto a su
integración y por ende una parte sumamente interesada en ello -como lo es el
Imperio- no es indiferente.
El
largo conflicto armado no sólo hizo que la guerrilla se propagara por
diferentes regiones del país, principalmente rurales, tanto de la selva como de
la montaña; sino que generó movimientos contrarios a ella como fueron las
diferentes organizaciones paramilitares. En una geografía resquebrajada estos
grupos armados se fueron combinando con diferentes carteles del narcotráfico
generando así un entramado complejo. Las organizaciones armadas de derecha
supuestamente se formaban para combatir a la guerrilla, pero en ese movimiento
se emparentaban con los narcos y además le servían a la oligarquía
terrateniente para desplazar campesinos y apropiarse de más tierras. Como
veremos Uribe es parte de ese sector de la sociedad que siempre recibió apoyo
logístico, militar y económico de los EEUU y que su principal interés objetivo
es mantener esa formación social retardataria y emparentada a la barbarie.
Santos,
Uribe y los intereses imperiales
En una
nota escrita para el portal Rebelión, el analista colombiano
Fernando Dorado sostenía que el conflicto entre Santos y Uribe responde a
diferentes intereses en tanto son parte de fracciones diferentes de las clases
dominantes colombianas. El actual presidente pertenece a la burguesía transnacionalizada
urbana, gran financiera, gran industrial y agroindustrial, que intenta mantener
su autonomía de las políticas más derechistas de la inteligencia estadounidense
planteándose la posibilidad de iniciar un nuevo camino frente al problema de
las drogas, como a su vez ser parte de “un bloque latinoamericano que les
permita utilizar las contradicciones y tensiones que se presentan en los
mercados globales”.
Dorado
señalaba en 2010 que “Uribe representa una parte del campesinado rico
antioqueño venido a más por su alianza con el narcotráfico” que desde finales
de los ’70 “se convirtieron en grandes latifundistas con un inmenso poder
territorial y económico en esa región de Colombia”, desplazando a campesinos e
indígenas. “La lucha contra la guerrilla los colocó a la cabeza de los
terratenientes de todo el país, especialmente de la Costa Caribe (Atlántica).
Así, un poder surgido a la sombra del narcotráfico organizó un ejército propio
–las Autodefensas Campesinas–, y mediante la estrategia paramilitar cooptó al
aparato estatal y puso a su servicio a las fuerzas armadas”.
En una
entrevista realizada por El País de España, el historiador
colombiano Marco Palacios expresó que “las raíces de la continuidad del
conflicto son la desigualdad básica que se expresa en el cierre social que
implica el latifundio en una sociedad que apenas empieza a urbanizarse”. Según
Palacios esto se expresa como “el fracaso de la consolidación del Estado
colombiano”. Una tarea inconclusa que el sector al cual Santos pertenece intenta
revertir mientras que el resquebrajamiento estatal le es funcional a la
oligarquía paisa a la cual Uribe pertenece. Por esto, no es casualidad que el
gobierno de Santos haya aceptado debatir el tema del “desarrollo rural” y el
problema de la tierra como primer punto en la agenda de debate con la guerrilla
iniciado a finales de 2012, y que en esa mesa –por primera vez– no estén
representados los grandes latifundistas y ganaderos colombianos.
En un
muy interesante artículo escrito por el analista brasileño José Luís Fiori que
lleva el título “EUA, América del Sur y Brasil: seis tópicos para una
discusión” publicado por el portal Amersur en septiembre de 2009, el autor
señalaba que es interesante recordar y reflexionar sobre los grandes principios
que orientaron la política externa de Estados Unidos con relación a América
Latina en la segunda mitad del siglo XX. Estos principios fueron formulados por
uno de los principales geoestrategas estadounidenses del siglo XX, el
holandés Nicholas Spykman, quien en los dos libros que escribió sobre política
externa norteamericana, America’s Strategy in World Politics, publicado en 1942 y The Geography of the Peace, publicado un año después de
su muerte, en 1944; delinearía en ellos la piedra angular del pensamiento estratégico
estadounidense de toda la segunda mitad del siglo XX y del inicio del siglo
XXI. Llama la atención según resalta Fiori, el gran espacio dedicado a la
discusión de América Latina y en particular, a la “lucha por América del Sur”.
Spykman parte de una separación radical entre la América anglosajona y la
América de los latinos. En sus palabras, “las tierras situadas al sur del Río
Grande constituyen un mundo diferente a Canadá y Estados Unidos. Y es
desafortunado que las partes de habla inglesa y latina del continente se llamen
ambas América, evocando una similitud entre ellas que de hecho no existe”, para
rápidamente proponer dividir el “mundo latino” en dos Regiones, desde el punto
de vista de la estrategia norteamericana, en el subcontinente: una primera,
“mediterránea”, que incluiría a México, América Central y el Caribe, además de
Colombia y Venezuela; y una segunda, que incluiría a toda América del Sur al
sur de Colombia y Venezuela. Hecha esta separación geopolítica, Spykman define
a “América Mediterránea como una zona en la que la supremacía de Estados Unidos
no puede ser cuestionada. En cualquier circunstancia se trata de un mar cerrado
cuyas llaves pertenecen a Estados Unidos, lo que significa que México, Colombia
y Venezuela (por ser incapaces de transformarse en grandes potencias), estarán
siempre en una posición de absoluta dependencia de Estados Unidos”. En
consecuencia, cualquier amenaza a la hegemonía americana en América Latina
vendrá del sur, en particular de Argentina, Brasil y Chile, la “Región del
ABC”. En palabras del propio Spykman: “para nuestros vecinos al sur del Río
Grande, los norteamericanos seremos siempre el “Coloso del Norte”, lo que
significa un peligro, en el mundo del poder político. Por esto, los países
situados fuera de nuestra zona inmediata de supremacía, o sea, los grandes
Estados de América del Sur (Argentina, Brasil y Chile) pueden intentar
contrabalancear nuestro poder a través de una acción común o a través del uso
de influencias externas al hemisferio”. En este caso, concluye: “una amenaza a
la hegemonía americana en esta Región del hemisferio (la Región del ABC) tendrá
que ser contestada a través de la guerra”. Lo más interesante según Fiori “es
que si estos análisis, previsiones y advertencias no hubiesen sido hechos por
Nicholas Spykman, parecerían fanfarronadas de alguno de estos populistas
latinoamericanos que inventan enemigos externos y que se multiplican como
hongos, según la idiotez conservadora”.
Si las
previsiones de Spykman aún mantienen vigencia no resulta descabellado sostener,
como lo hiciera Hugo Chávez primero y hoy Nicolás Maduro, que el ex presidente
colombiano Álvaro Uribe es el principal conspirador contra el gobierno legítimo
de Venezuela en tanto la republica bolivariana hoy esté cuestionando la
existencia de esa zona de influencia preestablecida por Spykman. El acuerdo de
paz también lo afectaría, ya que Colombia se ha convertido durante las últimas
décadas en la puerta de entrada del Imperio a la región y la propuesta de
instalación de siete bases militares en dicho país no es ajena a ese objetivo.
Pero si no existiera en Colombia ni el narcotráfico ni la guerrilla, o como a
Uribe le gusta llamarlo el “narcoterrorismo castrochavista”, no habría ninguna
razón para intervenir logística y militarmente en ese territorio.
El
proceso de Paz iniciado en Colombia a finales de 2012 por el presidente Juan
Manuel Santos respondía principalmente a una nueva configuración regional en la
que primaban la integración y la relativa autonomía. No es casual que tras el
fallecimiento del primer secretario general de la Unasur, Néstor Kirchner, el
gobierno de Colombia haya designado primero a María Emma Mejía y hoy al ex
presidente Ernesto Samper al frente del bloque regional que por otra parte fue
siempre uno de los organismos más comprometidos con el acuerdo por la paz
colombiana.
Con el
viraje hacia la derecha que se está produciendo en Suramérica y por ende
proclive a la subordinación imperial, el No colombiano se encuadra a la
perfección.
Berisso
3 de octubre de 2016
No hay comentarios.:
Publicar un comentario