Tanto los columnistas de los medios
concentrados como el gobierno nacional saben que no podrán prolongar por
demasiado tiempo el uso de la criminalización del anterior gobierno ni
seguir utilizando el pretexto de la “pesada herencia. En Argentina existe una
tradición de luchas y movilizaciones extensa y la política que está llevando
adelante el macrismo no tiene en cuenta esta herencia cultural.
Por Osvaldo Drozd*
(para La Tecl@ Eñe)
Con respecto a la actual coyuntura
política argentina, existen algunos supuestos dando vueltas pero no demasiadas
certidumbres. Para todos aquellos que hayan vivido diferentes etapas de la
realidad nacional, ésta es sin lugar a dudas una situación bastante extraña,
mucho más de lo que se podría haber previsto algún tiempo atrás. La extrañeza
no surge tanto de lo que hoy sucede, ni de cómo llegamos a esto, sino de lo
imprevisible que resulta el porvenir. La pérdida de certezas afecta a todo el
espectro político, aunque algunos no lo asuman. Cuando se lee a los diferentes
columnistas de los principales medios hegemónicos es posible rastrear cierto
desconcierto en cuanto a la perspectiva del actual gobierno. Saben que no
podrán prolongar por demasiado tiempo el intento de criminalización del
anterior gobierno, ni seguir anteponiendo como pretexto la “pesada herencia”.
No hay políticas gubernamentales que seduzcan a los ciudadanos, y la repetición
de eslóganes se puede convertir en un búmeran.
El gobierno en tanto, cuida todos los
detalles. Incluso los más nimios. Parece esa persona coqueta que antes de salir
no cesa de mirarse interminablemente en el espejo, para constatar con obsesión
que no hay ningún detalle desalineado. Que en los últimos días, MarceloTinelli
se haya convertido en la principal preocupación del gobierno muestra a las
claras que hay algo que no funciona bien. Tampoco para la oposición. Un síntoma
grave para esta última es que el conductor televisivo le haya arrebatado el
protagonismo, cuando lo que está en juego es simplemente la imitación del
presidente, no la agenda política de los años venideros. Casi como en un ritual
cabalístico, el gobierno no quiere quedar asimilado a aquella figura del De la
Rúa “aburrido”. El fantasma de la ausencia de gobernabilidad no deja de estar
presente en eso. El problema es achacárselo a un programa televisivo antes que
a las responsabilidades propias. No es la economía, no es la política, es el
símil que aparece en un programa televisivo de diversión. Suponer que Tinelli
fue el causante de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 resulta
bastante aventurado, propio de gente que no lee adecuadamente la realidad. Y
esa lectura improvisada es la que también hoy comienza a hacer crisis, no tanto
en el gobierno, sino entre todos esos escribas de los grandes medios que
saben que una aventura de arrebato como la que viene llevando adelante el
macrismo, podría llegar a terminar mal. Por eso molesta Tinelli y el recuerdo
de De la Rúa. Pero las razones son mucho más profundas.
En un magistral artículo denominado
Argentina después del golpe blando. La marcha apresurada del capitalismomafioso (http://beinstein.lahaine.org/b2-img/Beinstein_Argentina_abril_2016.pdf)
de abril de este año, el economista Jorge Beinstein, sostiene que “Apenas llegó
a la presidencia Macri lanzó a gran velocidad una andanada de decretos
arbitrarios, desplegó de inmediato una ofensiva para asegurar el control
derechista de los medios de comunicación, compró (o extorsionó) a dirigentes
políticos y sindicales, redujo el poder adquisitivo de los salarios y las
jubilaciones, lanzó una ola de despidos de empleados públicos, concretó enormes
transferencias de ingresos hacia las elites dominantes, en suma: desplegó una
blizkrieg destinada eludir las resistencias posibles antes de que estas se
organicen” pero -sostiene Beinstein- el gobierno “no estaba en condiciones de
imponer el gigantesco saqueo realizado mediante un sistema de negociaciones” y
“el nivel de destrucción logrado en tan poco tiempo probablemente lo haya
convencido de su éxito incitándolo a seguir avanzando”.
En esta avalancha reaccionaria, según
Beinstein, “Macri podría terminar descubriendo que la realidad social argentina
es mucho más compleja que lo que su visión de mafioso detectaba, que la cultura
popular existe y se reproduce (maltrecha, golpeada pero existe), que los
salarios no son como él dijo una vez ‘un costo más’ que puede y debe ser
comprimido al máximo como cualquier otro insumo sino el pago a seres humanos
que piensan y se defienden, y finalmente que para un bandido no hay nada peor
que otro bandido (los socios de hoy pueden ser los caníbales de mañana)”.
La cuestión denominada “ajuste” es
compleja en su ejecución, aunque su fundamento sea de extrema simplicidad. Para
los sectores dominantes - utilizando una metáfora-, se trata de enfrentar a un
gigante poderoso al que hay que golpear permanentemente para quitarle fuerzas y
absorberlas como propias. Hacerlo desfallecer. Existe el riesgo de que el
gigante reaccione de una forma tal que interrumpa esa operación, como también
que en su agonía muera, y se terminen las fuerzas a expropiar. Las políticas
del ajuste desmedido se sostienen siempre en terapias intensivas. Toda esa
escena metafórica depende de la resistencia real del gigante, de la experiencia
acumulada. No todos los pueblos del mundo tienen el mismo aguante. Eso es lo
que más preocupa hoy en los círculos dominantes, a pesar de no presentarse
ninguna alternativa inmediata. En la Argentina, los diferentes sectores
populares tienen ciertos hábitos y necesidades adquiridas que no son de un
fácil deshacer, mucho menos de un plumazo. Louis Althusser en Ideología
y Aparatos ideológicos de Estado, señalaba que la reproducción de la
fuerza de trabajo no solamente está condicionada por el establecimiento de un
salario mínimo garantizado “biológico” sino también por las necesidades de
un mínimo histórico. Marx, citado por Althusser, señalaba que: “los obreros
ingleses necesitan cerveza y los proletarios franceses, vino”. En toda
formación social concreta las diferentes fracciones de clase tienen un
cierto kit de necesidades adquiridas que cuando no les es posible satisfacer,
generan el descontento. La demanda capitalista de consumo, en tal sentido, se
vuelve un búmeran.
Si bien la denominada “clase media” –que
en verdad es un conglomerado complejo de intereses- puede sentirse cercana
ideológicamente al gobierno de Cambiemos -más por su emparentamiento a ciertas
posturas culturales- es el sector menos organizado de la sociedad y el que más
va a resistir que le toquen el bolsillo. Es el sector más reacio a la
propaganda política, pero a su vez el que cuando cruza ese límite acepta mejor
que nadie la disciplina orgánica de los partidos. Hoy es un cruce bastante
restringido. El kirchnerismo logró en un momento gran adhesión de esos
sectores, mientras que la izquierda siempre se nutrió de ellos.
2001 no se inició en diciembre. Hay que
recordar que en las legislativas de ese año, realizadas en octubre, se impuso
esa modalidad llamada por entonces “Voto Bronca”. Votar a ningún partido. El
“Qué se vayan todos” estaba planteado, pero fue la clase media la que se iría a
sumar en la protesta, a un movimiento piquetero de gran magnitud, que ya venía
desarrollándose desde hacía poco menos de media década. Esa confluencia fue
crucial.
En la Argentina, además del mencionado kit
de necesidades adquiridas, existe una tradición de luchas y movilizaciones
bastante extensa. Desde la Semana Trágica se sucedieron grandes movimientos
populares. La existencia duradera del peronismo no es ajena a esa
característica. Fueron los obreros movilizados el 17 de octubre del ’45
-irrumpiendo en Buenos Aires desde los suburbios-, los que le marcaron la
cancha al General Perón, y le propusieron un camino a llevar adelante.
La política que está llevando adelante el
macrismo no tiene en cuenta esta herencia cultural, que tal vez sí sea una
“pesada herencia”. La confección de una alternativa política no puede
prescindir de ese lastre cultural.
Berisso, 28 de julio de 2016
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