Plantearse la
cientificidad del psicoanálisis, no necesariamente significa considerarlo como
una ciencia. En el mismo sentido se podría hacer referencia a disciplinas como
la medicina, la veterinaria o la agricultura.
Freud distinguía
correctamente entre ciencia y arte. La cuestión principal es si ese arte se
ocupa de realidades de las que la ciencia puede dar cuenta, convirtiéndolas en
objetos científicos; ya que existen artes que no necesariamente se apoyan en
esas realidades.
Ningún saber que
aspire a ser científico puede negar ciertos principios propios de otras
ciencias a menos que intente refutarlos para establecer nuevas
conceptualizaciones.
Que la causalidad
de las neurosis sea algo que escapa a las determinaciones estrictamente
biológicas no significa que niegue a la biología, sino que indaga en ciertas
determinaciones no menos materiales y objetivas que los procesos bioquímicos,
neuronales o fisiológicos.
A partir de Freud
y principalmente de Lacan podemos observar que los procesos psíquicos están
regidos por cierta rigurosidad que excede cualquier lógica individual o
subjetiva. El inconsciente freudiano está regido por leyes de las cuales,
ningún sujeto puede aislarse.
Todo humano al
igual que el resto de las especies animales, cuenta con un sistema perceptivo.
Freud asocia ese sistema con el Yo. Lo cierto es que, desde el período
prenatal, ese sistema se pone en marcha y todo lo que se percibe se va acumulando.
Debemos suponer que en el sistema nervioso. Sorprende que cuando un niño
comienza a hablar, pareciera que hubiera aprendido todo de golpe. Según Lacan
el sujeto que habla antes que nada es hablado.
No solamente
escuchamos palabras sino también el modo en que son dichas. Guardamos a su vez
todo el caudal auditivo de un modo que podríamos llamar murmullo y a ello se le
suman otras cualidades sonoras como la música o determinados sonidos como un
timbre, un trueno, una máquina. Hoy el avance tecnológico hace proliferar
diferentes percepciones sonoras. El interés no es ser exhaustivo con ejemplos
sino dar cuenta de un fenómeno que todos conocemos pero que no siempre
advertimos como tal.
A lo auditivo hay
que agregarle el caudal visual, olfativo o gustativo. Todo ello confluye en lo
que Freud denominaba huellas mnémicas, la memoria. El Presidente Schreber agregaba
la voluptuosidad y posiblemente eso sea la matriz perceptiva de la libido
freudiana. Una memoria del goce.
Todas las
especies animales perciben y deben almacenarlo. De otra manera no podrían advertir
el peligro, ni ser adiestrados por el hombre. Todo se guarda y se archiva sin
selección. Que haya huellas mnémicas más elocuentes que otras muestra una
selección posterior o en todo caso que al ser percibidas, debido a la
estructura existente, hayan sido predominantes.
A todo ese caudal
guardado que obviamente es mucho más embrollado que en los otros animales,
debido a que están sometidos a la complejidad del lenguaje humano, Freud lo
denominó Ello. El Yo vendría ser ese filtro selectivo que siempre estará
determinado por ese territorio inhóspito del Ello.
En ese punto
Freud descubrió al psicoanálisis como tratamiento de las neurosis. A sus
pacientes los invitaba a decir lo que se le venga a la cabeza, aunque ello
pareciera absurdo o ridículo. La denominada asociación libre que obviamente no
era para nada libre. Invitar al paciente a que deje que el Ello hable, como lo
hace en el sueño sin que se interponga un filtro o que cuando se tope con lo
doloroso tenga que despertar, o en la sesión analítica quedar callado.
Podría decirse
que el Ello excede a Freud largamente y que todas las religiones lo trabajaron.
En los métodos orientales de meditación hay que buscar un elemento que acalle
al Ello: algún número, alguna pequeña frase, un mantra.
En cambio, lo que
conocemos como inconsciente freudiano es un tratamiento específico del Ello, a
través de un modo interpretativo singular y sujeto a la transferencia, que
Freud fue construyendo a partir del abordaje de la histeria. Que Ello hable.